Sonó el despertador como todos los días a las 7:00. Alberto se levantó rápido como de costumbre, se duchó y arregló. Apenas tomó algo para desayunar y salió de casa. Bajó al garaje, allí le esperaba su nuevo BMW 535 i. No hacía mucho que se lo había comprado, un poco antes de la dichosa crisis financiera.
Llevaba cuatro meses de director en la sucursal de Ibercaja en Valdefierro, tiempo suficiente para darse cuenta de que las cosas no iban bien, de hecho había estampado su firma en la concesión de varios créditos con dudosa garantía de ser devueltos.
Aparcó en su plaza reservada y se dirigió a la oficina. Beatriz ya había llegado, era la becaria en prácticas que durantes los últimos meses se encargaba de la caja. Gonzalo, de atención al cliente, se encontraba de permiso por el traslado a su nueva casa.
-Buenos días Beatriz, ¿todo bien?
-Si, don Alberto, buenos días.
Alberto entró en su despacho, conectó el portatil y abrió el correo electrónico. En la carpeta de entrada, un mensaje de su jefe de la central de Sagasta, instando a que “colocaran” productos que dieran liquidez a la sucursal y nada de hipotecas sin avales.
Varios clientes hacían cola en atención al cliente y decidió ocupar el puesto de Gonzalo.
Sentado, a la espera se encontraba una persona que parecía inquieta, movía la pierna izquierda sin parar, era obvio que llevaba varios días sin dormir, lo delataban sus ojeras y barba sin arreglar.
-Por favor, adelante (indicó Alberto).
-Si,...buenos días. Me llamo Enrique Sánchez, ¿Gonzalo?
-Hoy le atiendo yo, que deseaba.
-Bueno,... hace unos días le comenté la posibilidad a su compañero de renegociar las condiciones de mi hipoteca. Mire, en casa nos hemos quedado sin trabajo y no veo la forma de hacer frente a los pagos. Me comentó Gonzalo que estudiaría mi caso.
-Disculpe, pero la situación actual no permite...
-Joder!! Puedo hablar con Gonzalo, él lo entenderá.
-Oiga! En estos momentos no podemos ayudarle.
Enrique se quedó horrizado, confiaba en que todo se podría arreglar, pero todo había cambiado. Agachó la cabeza y se tapó la cara con las manos, sentía unas fuertes palpitaciones en el pecho y su pierna izquieda no paraba dar pequeños saltos.
-Por favor, deje paso al siguiente (le inquirió Alberto, sin mostrar mucho respeto).
Enrique, entonces, levantó la cabeza, pero un instante antes de darse la vuelta, sacó de su chaqueta un cuchillo de cocina y se avalanzó sobre Alberto. En un segundo, le rajó la cara en dos direcciones salpicando la sangre en todas direcciones. Sin capacidad de reacción, clavó el cuchillo en el corazón de Alberto, muriendo en ese momento, allí, sentado en el puesto de Gonzalo.
Enrique, lanzó al suelo el cuchillo ensangrentado y salió de la sucursal de Ibercaja, sin mirar atrás, sin mirar adelante,... con la mirada perdida. Corrío al autobus, pero fue este el que se dirigió hacia él sin detenerse. Se oyó un golpe seco.
Mientras, el hilo musical de la oficina anunciaba que el gobierno había inyectado 100.000 millones de euros a la banca y que la bolsa subía como la espuma.