Intenté defenderme como pude, lancé ráfagas de fuego por la boca y mi cuerpo se retorcía alejando dientes, garras y plumas.
Sentí un dolor insoportable en los ojos y comenzaba a desgarrame por el costado sintiendo como pequeñas cuchilladas.
Tumbado en un gran charco de sangre fuí consciente del suspiro con el que deje de ser, al tiempo que aquel pato y aquel puto gato crecían, crecían y crecían.