jueves, 24 de noviembre de 2011

Cuidado por donde andas.

Salió del hotel antes de cenar. Llevaba varios días en la ciudad y por fín disfrutaba de un poco de tiempo libre. Había decidido conocer las calles del centro histórico. Pensaba que no había nada mejor que viajar y conocer el mundo para derribar esos prejucios sobre los demás que son causados por la ignorancia y el desconocimiento.

Inició su paseo. Abundaban los edificios de piedra, estaban recien restaurados y le parecieron preciosos. Tenía otra idea de la ciudad donde se hospedaba.

Siguió caminando y sin darse cuenta se perdió por un entresijo de calles estrechas. Pequeñas tiendas y bares con cierto gusto ocupaban los bajos de ambos lados de la acera. Cada vez era menor la luz que alumbra su paseo y en pocos metros tiendas y bares desaparecieron. Tampoco vió a nadie alrededor y el más absoluto silencio le envolvió.

Comenzó a preocuparse, a izquierda y derecha no veía más que calles cada vez más estrechas, solitarias y silenciosas. Hecho a correr, pensó que de esta manera saldría antes de aquella pesadilla. Pero pronto paró, notó que no eran las calles las que se estrechaban, eran los edificios los que se movían y se acercaban. Paralizado, no pudo evitar que en pocos segundos la presión que ejercían los muros contra su cuerpo le llevaran a dejar de respirar a morir, allí, de pie.