Desde mi terraza tenía la butaca perfecta, dos horas después ni siquiera me había levantado. Allí a lo lejos, próxima a la Osa Mayor, se adivinaba otra más. Comenzó su viaje, recorrió parte del firmamento pero esta vez no desapareció. La pequeña luz se acercaba y casi sin darse cuenta aumentaba su tamaño.
"No te pierdas esto", exclamé "sal a la terraza, es precioso". Los dos juntos vimos como aquella luz se acercaba. Boquiabiertos, no salimos de nuestro asombro cuando la luz no parecía parar, se dirigía directa hacía nosotros. Su tamaño se había multiplicado por mil y ya sólo veiamos una gran bola de fuego que se precipitaba sin remedio. Nos cambió la cara hacía una mueca desencajada, nos agarramos las manos y en ese momento y después de un ensordecedor ruido, nuestros cuerpos y los del resto acabaron desintegrados.