Esta es la historia de dos lechugas.
Se conocieron cuando todavía eran pequeñas semillas. Los dos formaban parte de no más de un centenar que se almacenaban en una sencilla bolsa con el nombre de la empresa productora de estas.
Las dos semillas comentaban ansiosas las ganas que tenían de formar parte de una exquisita ensalada, fresca, natural, con un buen aceite de oliva extravirgen del Bajo Aragón, tomates de la huerta de Zaragoza y unos fabulosos por no decir, cojunudos, esparragos de Navarra.
En la distribuidora expusieron a primera vista la pequeña bolsa y no tardo mucho tiempo hasta que un agricultor de la zona se las llevó a su casa.
Era la temporada y después de acondionar la tierra, nuestro agricultor plantó las semillas. Las cuidaba con mimo; tierra aireada, buena agua y abonos orgánicos (nada químico). Una le djo a la otra,"así estemos fresquísimas".
Al poco germinaron y los vegetales comenzaron a crecer. Qué magníficas vistas, se decián. La plantación estaba en lo alto del valle sobre una diminuta terraza. Eran días de un expléndido sol y gracias al efecto de la fotosíntesis las dos pronto tomaron un fuerte color verde.
Había pasado el tiempo suficiente y nuestras lechugas estaban ya prepradas para ser recogidas. Se miraban y se decian, "qué buena pinta tienes, estaremos estupendas para la ensalada, qué ganas, qué ganás...".
El agricultor recogió su cosecha y se la vendió a una cooperativa cercana, sin antes exclamar "por este precio dejo el campo, joder!. Allí las envasaron en films de plástico y a partir de aquí el camino de las dos lechugas se separó. Adios, se dijeron, que te vaya bonito.
Tras largos viajes en cámaras frigoríoficas y de pasar por distintos almacenes, transcurrió el tiempo, y ninguna de ellas divisaba el fin que tanto anelaban.
Con el tiempo y después de haber perdido gran parte de su anterior frecura, una de ellas fué a parar a una gran cadena de comida basura, acompañando a unas hamburgesas que decían ser 100% de no se qué vacuno y la otra, olvidada en un stand de una gran superficie, caducó y terminó en un gran cubo verde de basura.
Esta es la historia de dos lechugas, la historia más triste jamás contada, por lo menos para nuestras dos protagonistas.