Solo una vez, cada cien millones de años, la gravedad le permitía viajar próximo al último anillo de un gran planeta.
Acercándose a este, comenzó a notar como sus electrones saltaban como locos, alargando sus cuellos intentando no olvidar este único encuentro.
Nada, en apenas unos segundos, aquel último anillo se perdió y enfrente pudó observar el vacío. De nuevo, soledad.
2 comentarios:
¡Obra maestra!
Es el relato cintífico más poético que he leido jamás.
Punset estaría orgulloso de tí.
Muchas gracias.
Publicar un comentario